Orillas


Hubo un tiempo en que estas dos orillas se miraban sin saber diferenciarse, cual eterno y marino espejismo. Un primer hombre advirtió la silueta que retuerce el horizonte y un asombro primigenio devino inquietud. Esa silueta podía desaparecer en los nublados amaneceres, ocultarse tras una cortina de viento o disolverse en la blanca neblina, pero el perfil se había de repetir en el arbitrario tiempo, idéntico a sí mismo, como sólo saben simular ser las montañas, las llanuras o el mar. Dibujo, trazo que acogía, como lo hacían las colinas de la propia orilla, los destellos incendiarios que iluminaban, en la clamorosa noche, un mudo fuego.

Con los días, la luz del eterno astro y los contornos de la eterna sombra dibujaron el necesario relieve. Alguien (a quien hemos olvidado, en quien nos hemos disuelto) hubo de sentir que ante él y mediado por el terrible mar la silueta esbozaba y sugería otra orilla, otro labio de tierra nodriza. Alguien pensó en cruzar hacia ella. Alguien lo intentó. Alguien llegó a ella. Este último, tras pisar y andar su suelo, se giró para mirar el horizonte y vio otra silueta, distinta a la antes contemplada. Fue entonces cuando comprendió.

Desde aquello, han transcurrido no pocos siglos. La misma silueta se dibuja en el mismo horizonte y es recogida por los mismos ojos, pero no por la misma mirada. El instante que nos separa de aquel primer hombre ha precisado recubrirse de no pocos velos que han sabido entretejer la superstición y la ciencia, misteriosas arañas. Hoy, la silueta ha dejado de ser un enigma y es imagen de un mundo concreto, de un sueño concreto. La frontera natural ha sido abolida por la económica, el misterio se ha tornado pantalla amurallada, alteridad que no se deja alcanzar.

Cifra de lo que no se posee y sí se desea, imagen, conjuro de luces que ciegan la mirada enraizada. Quien la mira, sabe que en ella cabe un mundo que no es el nuestro, reflejo desigual de nuestros hábitos, sabe que el mar, espejo que acoge los sueños del hombre, es el necesario trance que abre una puerta a ese más allá. ¡Cuántos viajeros se han revelado a sí mismos tras este encuentro con la otra orilla, tras descubrir el eterno anhelo por alcanzarla! Y en esa apertura, ¡cuántas identidades han sentido el destino de buscar, en ese espejo, su extrañeza, su otredad, su sombra!

Hace unos días, tuvo lugar, en esa misma orilla, una hermosa reunión de pensadores de la muralla, de la frontera, del límite, del viaje y del trance identitario. Los recibió la remota silueta y buscó en sus miradas el extrañamiento que secretamente los justifica. Esto sucedió y no es imposible que, en ese mismo instante, al otro lado del espejo, una abeja rodease el vaso de té de A., distrayéndole, por un momento, de la implacable prisión de su vigilia, que retuerce en su crueldad cierta silueta.
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1 commentaire:

  1. Cada orilla es al mismo tiempo el espejo y el negativo de la otra. Son los bordes de una cicatriz mal curada.

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