El niño

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En agradecimiento a Andrei Tarkovski por El Espejo (Zerkalo)
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El niño y sus recuerdos, el niño recuerda la cuerda que lo ata a su eterno mirar, a su eterno oír, remolino azaroso de instantes en los que el mundo le es dado mostrar su viento, mostrar su secreta música.

El niño y sus temores, el niño y sus sueños. Huecos que han de ser recubiertos por el imaginar, imaginar que es rio de consonancias íntimas, visiones, alucinaciones, fiebres, sonrisas, lágrimas, voces y presencias ajenas... lo ajeno como propio, lo otro como mismo... somos los otros, los otros nos moldean y dibujan en nosotros la continuidad esencial del humano tiempo, el volcánico entretejer de existencias, mundo-espejo hecho trizas por un trueno inclemente, donde los trozos reflejan las variaciones del humano sentir, errático y solemne, requiem de su nacimiento...

El niño, el niño y el tiempo, el niño y el espejo, el cuchillo de mirarse en el tiempo, de mirarse en el espejo... dolor implacable de quien descubre la muerte, de quien se ve perdido, desperdiciado, desperdigado, troceado en cristal cuya redondez tenderá a afilarse, a endurecerse... dolor de ver el otro niño, de ver el presente que unas manos rígidas apenas saben pronunciar sin titubeo, dolor de sentirse pasado, eco, sombra de una mirada privilegiada, la de Ella, la Madre, la Vida...
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Madre que Es y Fue, Fue y Es, regeneración del recuerdo, intromisión del futuro en el pasado, re-construcción, re-definición, oxidación que exige descubrir la esencia, la unidad en esta multiplicidad insensata...
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La muerte como sueño, la muerte como presente, como ofrenda (presente) y como inminencia (presente), verbo cotidiano y olvidado por la frecuencia cultural, civilizatoria, del hombre, que la ha convertido en quietud, sombra, silencio, cuando es grito, viento, despertar...


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