El triángulo

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Acaso toda soledad no sea otra cosa que la apropiación de una pérdida de sí mismo, un acto de reconocimiento, como si algo propio se volviese ausencia aunque permaneciese encarnado en nuestro cuerpo. Como si la ausencia se presentase, seductora, fantasmal, a veces impidiéndonos encontrarnos con alguien, a veces obligándonos a abrazarlo todo.

De ese gran misterio del corazón nada se sabe, excepto que acontece. El hecho de que exista el poema nada resuelve, en efecto, pero aquella palabra nacida en soledad parece indicar precariamente que la comprensión de lo vivido no está en sus causas sino en su sentido. Como si esa misteriosa experiencia fuese hija del mañana, no del ayer.

Un hombre solo, acaso por su "culpa", dirán los racionalistas del espíritu. Un hombre solo, acaso por su "destino", pensarán los artistas. Pero más allá de las respuestas, la soledad, a fin de cuentas, quizá no sea otra cosa que una forma de desnudez incomprensible, una metáfora por la que transitamos, algo hasta tal punto inocente que no puede entenderse ni desde el origen ni desde el destino. Sencillamente forma, forma pura de hallarse entre el Todo y la Nada. Apropiación de la transparencia.

Encarnación del nadie. Pobreza de lo inminente.

El que se busca no sufre compañía



Desnudo de todo pensamiento, hacia el reino interior de la actitud, el buscador de sendas advierte el no lugar de toda decisión.

Desde la leve consistencia del lenguaje, como una antorcha a punto de desaparecer, descubre, acaso, el modo de interpretar el horizonte.

Algo que pertenece al tiempo de la vida medita más allá de la inquietud. Algo desprovisto de razón parece florecer en la sublime orfandad de la existencia.

Cada cual debiera aventurarse hacia su nadie pleno. A su modo, todo lo que palpita, incluso el hombre, busca a ciegas la música que le ayude a danzar hacia el silencio.

El porvenir reúne sus vacíos.


El que se busca no tiene a dónde ir
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Lo ilimitado muestra su vacío como un don. La Realidad no deja de transformarse en ella misma: lo abismal acude a su nombre para perderse en él.

El que nombra el mar sabe que está mintiendo, sabe que no sabe lo que nombra.

Así también es el presente. Una pura negación. Un sublime estadio de aventura. Así el poema, algo ilimitado latiendo en el ahora-palabra.

Zarandeando una y otra vez, el espíritu descansa en la hermosura, aunque la espuma bulle sobre un pueblo de náufragos. Pero lo que se muestra en la superficie es tan sagrado como lo que se oculta en lo profundo.

El mar esconde lo que muestra. La Totalidad también es monosílaba.

El que se busca santifica el instante



José Manuel Martín Portales
Recreaciones en torno a los haikus de Taneda Santoka, Miraguano Ediciones


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