Un nuevo mundo


EXTASIS MUSICAL. Siento como que pierdo la materia, que cae mi resistencia física y que me fundo en armonías y ascensiones de melodías interiores. Una sensación difusa y un sentimiento inefable me reducen a una indeterminada suma de vibraciones, de resonancias íntimas y de envolventes sonoridades.

Todo cuanto he creído tener en mí de singular, aislado en una soledad material, fijado en una consistencia física y determinado por una estructura rígida, parece haberse resuelto en un ritmo de seductora fascinación y de imperceptible fluidez. ¿Cómo podría describir con palabras el modo como crecen las melodías, en que vibra todo mi cuerpo integrado en una universalidad de vibraciones, evolucionando en fascinantes sinuosidades, en medio de un encanto de aérea irrealidad? Y nadie podrá entender el hechizo irresistible de las melodías interiores, nadie podrá sentir el arrebato y la placidez a menos que goce de esa irrealidad, que ame el sueño más que la evidencia. El estado musical no es una ilusión, porque ninguna ilusión puede dar una certidmbre de tal amplitud, ni una sensación orgánica de absoluto, de incomparable vivencia, significativa por sí sola y expresiva en su esencia.

En esos instantes en que uno resuena en el espacio y el espacio resuena en él, en esos momentos de torrente sonoro, de posesión integral del mundo, sólo puedo preguntarme por qué no seré yo todo este mundo. Nadie ha experimentado con intensidad, con una loca e incomparable intensidad, el sentimiento musical de la existencia, a menos que haya tenido el deseo de esa absoluta exclusividad, a menos que haya sido poseído de un irremediable imperialismo metafísico, cuando deseara la ruptura con todas las fronteras que separan al mundo del yo.

El estado musical asocia, en el individuo, el egoísmo absoluto con la mayor de las generosidades. Queres ser sólo , pero no por mor de un orgullo mezquino, sino por una suprema voluntad de unidad, por la ruptura de las barreras de la individuación, no en el sentido de desaparición del individuo sino de desaparición de las condiciones limitativas impuestas por la existencia de este mundo. Quien no haya tenido la sensación de la desaparición del mundo, como realidad limitativa, objetiva y separada, quien no haya tenido la sensación de absorber el mundo durante sus éxtasis musicales, sus trepidaciones y vibraciones, nunca entenderá el significado de esa vivencia en la que todo se reduce a una universalidad sonora, continua, ascensional, que evoluciona hacia lo alto en un placentero caos. ¿Y qué es ese estado musical sino un placentero caos cuyo vértigo es igual a placidez y sus ondulaciones iguales a arrobamientos?

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Me cautiva y me vuelve loco de alegría el misterio musical que yace dentro de mí, que proyecta sus reflejos en melodiosas ondulaciones, que me deshace y reduce mi sustancia a puro ritmo. He perdido la sustancialidad, ese irreductible que me daba prominencia y perfil, que me hacía temblar ante el mundo, sentirme abandonado y desamparado, en una soledad de muerte, y he llegado a una dulce y rítmica inmaterialidad, cuando no tiene sentido alguno seguir buscando mi yo porque mi melodización, mi transformación en melodía, en ritmo puro, me ha sacado de la habitual relatividad de la vida.

Mi voluntad suprema, mi voluntad persistente, íntima, que me consume y me vacía, sería no recobrarme nunca más de esos estados musicales, vivir en perpetua exaltación, hechizado y enloquecido en medio de una borrachera de melodías, de una embriaguez de divinas sonoridades, ser yo mismo música de esferas, una explosión de vibraciones, un canto cósmico y una elevación en espiral de resonancias. Los cantos de la tristeza dejan de ser ya dolorosos en esta embriaguez y las lágrimas se vuelven ardientes como en el momento de las supremas revelaciones místicas.

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El éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a las raíces primarias de la existencia. En él sólo queda el ritmo puro de la existencia, la corriente inmanente y orgánica de la vida. Oigo la vida. De ahí arrancan todas las revelaciones.

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En la música y en el amor sólo hay sensaciones únicas; uno advierte perfectamente que éstas no podrán volver ya, y lamenta con toda su alma la vida cotidiana a la que se verá abocado después. Qué admirable goce genera la idea de poder morir en tales instantes, de que, por ese hecho, no se ha perdido el instante. Pues el retorno a la existencia cotidiana tras semejantes instantes es una pérdida infinitamente mayor que la extinción definitiva. La pesadumbre por no morir en los momentos culminantes del estado musical y del erótico nos enseña cuánto tenemos que perder viviendo. En el momento en que concibamos la reversibilidad de esos estados, cuando la idea de una posibilidad de revivir penetre en nuestro organismo y cuando la unicidad nos parezca una simple ilusión, no podremos ya hablar de la alegría de morir, sino que volveríamos al sentimiento de la inmanencia de la muerte en la vida, que no hace de ésta sino un camino hacia la muerte. Tendríamos que cultivar los estados únicos, los estados que ya no podemos concebir y sentir como reversibles, para sumergirnos en los placeres de la muerte.

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Existe en la embriaguez musical un canto de todos los órganos, un himno de todas las fibras, una vibración extática por el voluptuoso hechizo de las cumbres; de idéntica intensidad es la angustia de todos los órganos, el miedo de la vida a su sentido, la angustia nacida de la alucinante confusión de la muerte con la vida, de la barahúnda que oculta las divergencias últimas del ser y mezcla paradójicamente todas las expresiones irreductibles de existencia. ¡El éxtasis musical como un canto de los órganos y la angustia absoluta como un estremecimiento premonitorio de todos los órganos! Lo que en definitiva es una fusión consoladora procede de ese carácter premonitorio de toda angustia, que quiere mostrarnos que al término de cada una de ellas existe una armonía absoluta aun cuando ésta se trate del no-ser. Cuando toda la sensibilidad se estremece, cuando te vuelves sujeto de manera absoluta, ya no existe en todo el mundo más que tu angustia. En el paroxismo de la angustia, el hombre se vuelve sujeto absoluto, porque entonces ha cobrado conciencia plena de sí mismo, de la unicidad y de la existencia exclusiva de su destino.

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Es extremadamente lamentable vivir momentos musicales estando a distancia de la música, sentir que no puedes temblar aunque debería impresionarte; es extremadamente lamentable ser objetivo cuando se escucha música.

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Cualquier estado musical carece de valor si no anula la consciencia de nuestra limitación en el espacio y no disuelve nuestro sentimiento de la existencia en la secuencia temporal.

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Sólo aman la música quienes sufren a causa de la vida. La pasión musical sustituye a todas las formas de vida que no se han vivido y compensa en el plano de la experiencia íntima las satisfacciones encerradas en el círculo de los valores vitales. Cuando se sufre viviendo, la necesidad de un mundo nuevo, distinto del que vivimos habitualmente, nace de forma imperiosa para no diluirnos en un vacío interior. Y ese mundo sólo la música puede traerlo. Todas las otras manifestaciones del arte descubren nuevas visiones, configuraciones o formas nuevas; sólamente la música trae un nuevo mundo.


E.M. Cioran, El libro de las quimeras (Bucharest, 1936)


4 commentaires:

  1. Sublimissime adagio de Bartok. Musique d'un autre monde, en effet...

    Cioran, longtemps que je ne l'ai pas lu. Je me souviens qu'un jour, avec un ami, nous nous lisions à haute voix ses aphorismes - chacun avec son propre recueil -, nous délectant de leur vipérine noirceur. "Attends, attends, il y a pire encore !" Jusqu'à ce nous tombions sur celui-ci - et pleurant littéralement de rire alors, c'en était trop -, d'un lapidaire insurpassable :

    "L'homme est inacceptable."

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  2. En effet, un nouveau monde...

    Cioran, oui, mais le Cioran roumain, le Cioran qui écrit dans sa jeunesse en Roumanie, et non pas le Cioran de l'époque française. Grande, très grande différence (et peu remarqué d'ailleurs): il n'a pas encore plongé dans ce nihilisme qui le fera écrire des phrases comme celle que tu cites. Moi je l'aime pas trop, dans cette phase là. Je prefère le jeune Cioran ébloui de musique et de visions.
    Il me (nous, cher ami) correspond mieux !

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  3. Nihilisme ? Moi je l'aime bien, celui qui écrit :

    "Dans un monde sans mélancolie, les rossignols se mettraient à tousser."

    La vie n'est pas faite que de sublime. Ce serait se mutiler que de n'en pas voir le grotesque - à deux doigts duquel le sublime se trouve toujours un peu. Cette fragilité est belle aussi.

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  4. Bien sûr, Cioran écrit des aphorimes toujours très pertinents. Comme celui-ci: "La clairvoyance est le seul vice qui rende libre -libre dans un désert" De l'inconvenient d'être né). Mais ce n'est pas cela le sujet.

    Nihilisme, oui. Bien sûr: il nous faudrait non pas un aphorisme, mais plusieurs livres (des deux époques) et quelques heures de lecture partagée pour pouvoir saisir ce nihilisme et la singularité dont Cioran la revêtue.

    Nihilisme qui est la conséquence logique de notre temps et qui comme tout lecteur de Nietzsche qui se doit (tel Baudrillard, Cioran ou Heidegger) parle de l'homme sans dieu face au... silence, face à l'oubli de l'être, face à la solitude totale qui fait peur, qui fait rire.

    Oui, je sais bien ami Didier, la vie n'est pas faite que de sublime. Mais ce n'est pas la vie de quoi vous parlez, mais du regard qu'on porte sur la vie. La vie regardé avec les lunnettes d'aujourd'hui est des fois non pas seulement irrémédiablement grotesque, mais aussi térrifiante (quand ça ne fait pas peur, ça fait rire).

    Et je m'intérésse au grotesque, mais je suis surtout touché par les regards que le grotesque permet (Goya, Fellini, Céline). Je vis dans mon temps, je suis mon temps, théorie des miroirs oblige. Et en effet, le ridicule et le sublime sont toujours très proches. Il suffir de donner un pas de plus, et on tombe dans le grotesque, dans l'oubli.

    En fin... le XXème siècle est fini, il faut passer à autre chose, chers amis, à vous d'imaginer...

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