El aire está repleto de imágenes infinitas de los objetos que la ocupan; y todos están representados en todos, y todos en uno, y todos en cada uno. Por eso, si colocamos dos espejos de forma que estén exactamente uno enfrente del otro, el primero se reflejará en el segundo y el segundo refleja la imagen de sí mismo con todas las imágenes representadas en él. Entre ellas está la imagen del segundo espejo y así, imagen dentro de imagen, siguen hacia el infinito de forma que cada espejo contiene un espejo, cada uno más pequeño que el último, y uno dentro de otro.
Así con este ejemplo, se demuestra claramente que todo objeto envía su imagen a todos los puntos desde donde pueda verse; y a la inversa, ese mismo objeto puede recibir todas las imágenes de los objetos que tiene enfrente. Por lo tanto, el ojo transmite por la atmósfera su propia imagen a todos los objetos que tiene enfrente y los recibe a ellos en su superficie, desde donde los asimila el sentido común, que los considera y, si son agradables, los confía a la memoria.
Está claro que todas las imágenes de objetos visibles que tenemos delante, ya sean grandes o pequeños, llegan a nuestros sentidos por la diminuta abertura del ojo. Si por un espacio tan pequeño puede pasar la imagen de la vasta extensión del cielo y la tierra, la cara de un hombre (casi nada, en comparación con imágenes de tales dimensiones, y teniendo en cuenta que la distancia disminuye su tamaño) ocupa tan poco en el ojo que es inapreciable.
Todo objeto es visible en todas partes en el conjunto de la atmósfera, y el conjunto en cada pequeña parte, y todos los objetos en el conjunto, y todos en cada pequeña parte, cada uno en todos y todos en cada parte.
¡Oh poderoso proceso! ¿Qué talento puede servir para penetrar tal naturaleza? ¿Quién podía creer que un espacio tan pequeño pudiese contener las imágenes de todo el universo? ¿Qué lengua puede revelar una maravilla tan grande? ¡Ciertamente, ninguna! Esto es lo que guía el discurso humano en la consideración de las cosas divinas.
Leonardo da Vinci (1452-1519), Cuadernos
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